• Su pueblo
¿Su sueño? Reinventar El Salvador. El proceso empezó a partir de abajo desde las pequeñas comunidades que apesar de la pobreza y de la marginación, los pobres de El Salvador inventaron caminos de supervivencia. Para superar la realidad negativa, el Estado y los políticos necesitan escuchar y valorar lo que el pueblo ya sabe y ha inventado.
El salvadoreño tiene un compromiso con la esperanza. Es la última que muere. Por eso, está seguro de que Dios escribe derecho con renglones torcidos. La esperanza es el secreto de su optimismo, le permite relativizar los dramas, ser hincha de su equipo de futbol, y mantener encendida la utopía de que la vida es bella y que el mañana puede ser mejor. El miedo es inherente a la vida porque «vivir es peligroso» y conlleva siempre riesgos. Estos nos obligan a cambiar y refuerzan la esperanza. Lo que el pueblo, no las elites, desea más es cambiar para que la felicidad y el amor no sean tan difíciles. Lo opuesto al miedo no es el valor. Es la fe en que las cosas pueden ser diferentes y que, organizados, podemos avanzar.
El Salvador ha demostrado que no es sólo bueno en el trabajo y el futbol de playa, también es bueno en la agricultura, en la música y en su inagotable alegría de vivir. El pueblo salvadoreño es religioso y místico. Más que pensar en Dios, siente a Dios en su vida cotidiana, lo cual se revela en las expresiones: «gracias a Dios», «Dios se lo pague», «vaya con Dios». Dios no es un problema para él, sino la solución a sus problemas.
Una de las características de la cultura salvadoreña es la alegría y el sentido del humor, que ayudan a aliviar las contradicciones sociales. Esa alegría nace de la convicción de que la vida vale más que cualquier cosa. Por eso debe ser celebrada con fiesta, y ante del fracaso, mantener el humor. El efecto es la levedad y el entusiasmo que tantos admiran en nosotros.
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